jueves, 23 de enero de 2014

Está en su mente.

Queridos amigos. Tengo una amiga que está loca.
Y me encanta.
Es de esas personas que le da vueltas a todo. Que de una mirada que recibe del chico que le gusta, puede sacar si el otro le corresponde, si tiene novia, si es divertido, si es alérgico al chocolate,
u grupo sanguíneo... Creo que me entiendes por donde voy.

Si ya encima ese chico le da un abrazo al despedirse, oh Dios... Me pone la cabeza hecha un bombo. "¿Anna tu qué crees que significa? ¿has visto donde ha puesto su mano? ¿crees que el abrazo ha durado demasiado?". Y yo le digo " Ana, querida, creo que ha sido un abrazo normal de amigos". "Sí Anna, tienes razón".

Entonces se queda unos instantes callada. Su cerebro, a mil por hora, hace todo tipo de conjeturas, una mezcla de novela rosa y misterio (misterio porque básicamente no hay nada claro ni con sentido dentro de su cabecita). Y de repente levanta la barbilla y sonriendo me dice "tía... (Siempre dice "tía" y deja un segundo en silencio, creando expectación -expectación que no existe porque yo ya sé que me va a decir) creo que le gusto". Su cara se ilumina como si de repente le hubieran crecido tropecientas bombillas encendidas alrededor de sus ojos.

Y yo me pregunto.... ¿¿¿De donde leñes ha sacado esa conclusión esta mujer????

Jesús... Da igual lo que le diga. Todo está en su mente que recrea historias de príncipes y princesas (sinceramente a mi me parecen más interesantes los dragones, los rockeros, etc, algo con sustancia vaya), en el que de repente, todos esos minidetalles que ella ve en todos lados, parecen ser que forman parte de un plan que el universo tiene especialmente pensado para ellos dos. ¿Increíble verdad?

Pero no creas que solo se limita a eso.
Mientras tomamos un té en una cafetería del centro, si repentinamente suena una determinada canción, es que el mundo entero o Dios (dependiendo en el momento que se encuentre con el amiguito de ahí arriba) le  está enviando una señal para que haga una cosa u otra.

De vez en cuando, pues es normal. Pero es que esta mujer ve señales donde no creo que nadie más las vea. Ni siquiera una adivina de poca monta, de esas que se sientan detrás de una mesa plegable frente al lago del Retiro, tendría esa habilidad para hilar todas esas señales y darles forma hasta conseguir una profecía cuanto menos idealizada.

¿Y sabes que es lo mejor de todo? Que le da absolutamente igual lo que le digas, tanto si es bueno o malo, da igual que intentes ayudarla o todo lo contrario. Si no se corresponde con lo que ella piensa, finalmente desecha tus palabras. Y eso me encanta.

Ella va a lo suyo. Con sus ideas y sus cuentos rosas de amor amoroso. Y ella es feliz con lo que tiene en su cabeza.

Y salir con ella es toda una aventura. Porque, gracias a esas señales inexistentes para los demás, de pronto estoy de fiesta en casa de unos modernos por huertas porque ella sentía que teníamos que estar allí, que en un instante me arrastra hasta los céspeds del Paseo del Prado porque le apetece ver las estrellas (que me dirás tú que estrellas se van a ver desde el centro de Madrid entre los arboles y la maravillosa contaminación lumínica de la capital).

Sinceramente, me encanta tener amigas así. Que me recuerdan que la realidad es la que nosotros queremos. Que es aquella que nosotros construimos con nuestros ideales, con nuestras manías, una vez han pasado por el filtro de nuestros ojos. Y que la podemos cambiar siempre que queramos.

Y aunque Ana en concreto esté un poco pirada, es la que me muestra cada día que todo es como nosotros queramos que sea.
Au revoir mon ami!


                                   Anna Walsh

miércoles, 22 de enero de 2014

Nos gusta lo difícil.


Nos gusta lo difícil. Lo imposible. 
El reto más fatídico posible. Lo que realmente nos duele.
Queremos alcanzar esa meta que ni siquiera llegamos a rozar con la punta de los dedos. 
Queremos lo peligroso, lo que realmente ponga en peligro nuestra integridad mental.

Y cuando esa maldita idea infecta toda tu cabeza, ya no hay nada más. 
No ves más allá que no sea ese trofeo que tanto anhelas. Y haces cualquier cosa, justificar lo injustificable, para conseguirlo. 

Es un maldito virus que te ciega.

Todo virus es una enfermedad. Y como todo virus estacional, al final, pasa de largo. 
Y cuando consigues abrir los ojos y te das cuenta de que lo que se supone que querías a toda costa era una estupidez, ya es muy tarde.
 Y quien siempre había estado a tu lado a pesar de todo,
 final se ha hartado y hace tiempo que ya se ha marchado. 
Y te das cuenta mil inviernos después, cuando sus pisadas ya no se ven en la nieve. 

Y le buscas, te pierdes por el bosque. Pides perdón. 
te arrastras, pero nada sirve. Por mucho que grites su nombre él ya no quiere oírte. 
Y de lo que no te das cuenta es que él ya no tiene voz de las veces que ha gritado el tuyo.

Te convences de que la próxima vez será diferente.
 Te dices que mirarás lo que tienes delante, que sabrás apreciar a los que tienes a tu lado 
y que los sabrás querer como se merecen. 

Y aun así, en el fondo, sabes que volverás a fallar. 
Que se te volverá a escapar, que no sabrás ver con el corazón abierto
 y te volverás a equivocar.




                                                 Anna

viernes, 10 de enero de 2014

Despedida



Las gotas de lluvia resbalaban por su cara mezclándose con las lágrimas que finalmente no pudieron contenerse en esos tristes ojos azules. Ya hacía horas que él se había marchado, que la había dejado atrás pero ella aun seguía esperando que diese la vuelta, que volviese a su lado. Caminos diferentes dicen algunos, incompatibilidad aseguraban otros pero lo cierto es que nadie supo aclarar el motivo de la separación, del adiós repentino, de la marcha para no volver. Ni siquiera las partes afectadas, ni una explicación para esos dos corazones destrozados y mutilados tras continuas peleas, gritos y reproches. 

El agua recorría su cuerpo sin arrastrar nada, sin llevarse el vacío tan enorme que él había dejado tras de sí. Solo cenizas de una historia que con el tiempo nadie nunca recordará. 

 

Blancanieves y sus siete amantes.


jueves, 9 de enero de 2014

Deseos prohibidos.



Las tres de la madrugada y volviendo al hotel tras unas copas no bebidas pero ciento y un bailes disfrutados locamente. Mi habitación, al final del pasillo, la suya, enfrente de la mía. Me río, me divierte su expresión, más bien, me encanta. Susurra demasiado alto, demasiado cerca, se me acelera el pulso, se enrojecen mis mejillas levemente, no tengo miedo de que se de cuenta, no lo hará, el alcohol no se lo permite.
Busco las llaves y me giro para abrir la puerta, se apoya en la pared, a mi lado, sin dejar de mirarme, sin parar de sonreír. No acierto con la cerradura, me acelero y no puedo concentrarme, por fin lo consigo y giro el manillar. Ladeo la cabeza y le miro.
-          Me lo he pasado muy bien, gracias por acompañarme- le digo con un tono de voz algo más elevado.
-          Yo también, sobretodo viendo como te comías la pista- me sonríe y su mirada algo maliciosa llama mi atención- estabas muy sexy- añade sin ningún tipo de pudor.
-          No queda muy correcto que mi superior me lo diga- enrojezco cada vez más, estoy nerviosa, me gusta la situación, me gusta él, pero algo me dice que no debo.
-          ¿Y salir de fiesta con tu jefe sí?- muestra una media sonrisa cargada de picardía.- ¿Qué más da qué sea lo correcto en este momento cuando yo llevo sin cumplirlo desde que te vi? Yo soy el jefe así que yo determino lo que está bien-. Cada vez está más cerca y su volumen disminuye considerablemente.
Pienso en lo que dice pero no lo entiendo, no me puedo creer lo que sucede, es una fantasía, la misma que tengo desde que le conocí.
-          Tú también tienes un jefe- le recuerdo.
-          Ya, pero es mi tío así que no me preocupa- está muy cerca, puedo sentir su acompasada respiración.
-          Bueno, de todas formas has bebido, no sabes lo que dices. Mañana hablamos. Me voy a dormir.
Me pongo de puntillas para besarle en la mejilla, en ese momento gira la cara y, sin darme tiempo a reaccionar, nuestros labios se encuentran. Me separo un par de centímetros, busco la calma, intento encontrar una razón para no besarle, para no perderme en él, para no sumergirme en la noche. Bajo la cabeza, no puedo pensar si le sostengo la mirada, no quiero estropear mas las cosas, esa me vale, me separo más y abro la puerta detrás de mí. Le miro por última vez y con gesto de disculpa le doy las buenas noches. Cierro la puerta pero con ella no se van las ganas de besarle, de actuar sin pensar. Trato se serenarme, me desvisto en cuestión de segundos para forzarme a permanecer en la habitación pero el fino y sugerente camisón que sostengo y que empiezo a ponerme enturbia mis intenciones. Hace calor, la calefacción está demasiado alta, me cojo una coleta dejando al descubierto el cuello y los hombros y mostrando el delicado escote que dibuja el encaje de mi negro camisón. Camino descalza hasta la ventana, la abro y con cuidado de no dejar caer la nieve almacenada en el alféizar, me inclino para que el suave viento helado me enfríe como cuando apagas una cerilla con los dedos húmedos. La cierro ahora más calmada y, de camino al cuarto de baño, me doy cuenta de que me he dejado las llaves puestas por fuera. Giro lentamente el pomo con el deseo prohibido de no encontrar un pasillo vacío.
-          ¿Buscas esto?- mis llaves tintinean sostenidas por su mano derecha.
Apoyado en la pared de enfrente me mira con una sonrisa torcida, potente, atrayente, con expresión divertida. Miro las llaves, luego a él, me mantengo seria, pensativa, no sé si rescatarlas, a cambio sucumbir y caer en la tentación, él lo está deseando, como alternativa, cerrar la puerta.
En contra de lo que mi sentido común me dice, avanzo descalza por el pasillo hasta detenerme enfrente de él. Como imaginaba las llaves desaparecen de mi vista y su cara muestra un gesto de triunfo, se las guarda en el bolsillo. Doy un paso al frente y me acerco más a él, le miro a los ojos con expresión desafiante. Avanzo una mano y palmo su pantalón en busca de mi objetivo, ahí están, en su bolsillo derecho, voy a meter mi mano para recuperarlas pero la suya me lo impide, me la coge y las entrelaza. Entonces se inclina deteniendo su cara a escasa distancia de la mía.
-          No he bebido alcohol- me susurra, no le creo.- He podido ver como te sonrojabas al acercarme a ti o cómo te ponías nerviosa con solo rozarte.
-          ¿Qué? ¡Más quisieras!- exclamo desasiándome de su mano, la meto en su bolsillo y cojo mis llaves-. Buenas noches- le miro por vez última y me giro.
Doy una par de pasos más hacia mi habitación antes de que me detenga cogiéndome por el brazo.
-          Espera.
Me vuelvo hacia él, que se acerca hacia mí y retrocedo un paso chocando mi espalda con la pared. Apoya su mano libre en la pared y la otra baja hasta mi muñeca, está muy cerca, cada vez más y no le detengo, no puedo. Me besa, cada vez más intenso, cada vez más pasional, le atraigo hacia mí, me desea, no sé si tanto como yo a él. El sonido de mi móvil me hace volver a la realidad, se separa y le miro con expresión de disculpa. Es Nuria, lo descuelgo.
-          Ya vamos para allí, déjanos la llave fuera- me pide.
-          Vale, hasta ahora.- cuelgo.
Entonces, su boca me busca besándome primero el cuello, luego la mandíbula y, girándome lentamente, hasta llegar finalmente a mi boca.
-          Ya vienen- le aviso separándole poniendo mi mano en su pecho.- vete ya a tu habitación.
-          ¿Por qué? ¿No quieres que lo sepan?- pregunta interesado.
-          Prefiero que no. Además, me quiero ir a dormir que mañana hay que madrugar.
-          Vale- contesta girándose-, hasta mañana.
Ahora soy yo la que le detengo, le hago darse la vuelta y le beso con ganas, demasiadas, empiezo a descontrolarme y él también. Su mano empieza a subir por mi pierna y las mías se cuelan por debajo de su camiseta. Un momento de lucidez me hace separarme bruscamente.
-          Vete ya. Deben de estar a punto de llegar- le empujo suavemente hasta la puerta y me despido de él.
Me besa ligeramente en la comisura de los labios y se va a su habitación. Cierro la puerta y con ello un capítulo de algo queahora sé que no deberia haber empezado. 


Blancanieves y sus siete amantes.

lunes, 6 de enero de 2014

Anne Nemirovski

Anne Nemirovski.

Siempre había sentido que había algo raro en ella. Algo que no cuadraba. Algo roto.
Aún seguía sin saber qué era exactamente.
Se enciende un pitillo. Uno de tantos otros. Antes no fumaba. Tampoco bebía demasiado. Antes. Antes todo era diferente. Ella era diferente. Antes.
No sabría decir cuando empezó el cambio. Simplemente sabía que ahora  estaba así.

Su pelo rubio cada vez era más rubio y sus labios rojos cada vez más rojos.

Mira a través de la ventana. 
Fuera llueve. Sentada enfrente de la ventana de su cafetería favorita tiene la vista perdida. 
Se imagina que de repente aparece él.
 Sus ojos profundos mirándola a través del cristal, y entonces ella se levanta de un salto, volcando su café sobre la mesa. Sale corriendo por la puerta y se funden en un abrazo bajo las gotas de agua.

Un escalofrío le sube por la espalda. Eso tan repulsivamente cursi jamás le ocurriría a ella. 
Sacude la cabeza. 
Qué asco.
Ella no era de ese tipo de chicas. Ni siquiera le gustaban las flores. Bueno salvo los girasoles. 
Además él no era ese tipo de chicos. 
Lo único que él consiguió fue romperla después de haberla medio arreglado con un celo mal pegado. 

Se pierde mirando entre la gente. Con los ojos cubiertos por una fina capa de indiferencia y vacío.

¿Qué es lo que le quedaba?





                                                                                Anna Walsh