domingo, 29 de diciembre de 2013

Mañana.

Lo cierto es que nunca le había gustado conducir por el centro de Madrid. Con todas sus calles y sus conductores locos. Los semáforos que cambiaban de color sin ton ni son; abuelillas que cruzan por pasos de cebra imaginarios… Lo detestaba. Siempre que podía, daba un rodeo con tal de no pasar por el centro.
Ni siquiera le gustaba cuando ella se encontraba en el asiento del copiloto.
El semáforo al fin se puso en verde y pudo avanzar unas cuantas decenas de metros más. Cada vez más próximo.
Apaga la radio. Ya no le gusta la música. Mira enfurruñado al coche de delante esperando a que haga su próximo movimiento. Por el rabillo del ojo ve al conductor de detrás. Conductora más bien. Parece que está cantando, moviendo la cabeza al son de su melodía. 
Cuando ella cantaba a su lado el tráfico parecía ir más rápido. Y no precisamente porque cantara bien, si no todo lo contrario. A voz en grito cantaba todas las canciones que sonaban en la radio, ya fueran en castellano o en un inglés bien inventado. Con la sonrisa siempre pegada en la cara y cogiendo su mano como micrófono se lo pasaba en grande. Y a él le encantaba mirarla.
Al fin parece llegar a su destino. Aparca en la esquina más cercana a la entrada de la oficina, el sitio perfecto desde el cual ver la puerta sin ser visto, ya que el coche de al lado lo medio tapaba.
Se enciende un cigarrillo. Recuerda como ella se enfadaba cuando se fumaba un pitillo “deja eso. Te va a matar.” “deberías dejarlo, así no me vas a durar toda la vida”. Cosas por el estilo. Y él le sonreía traviesamente. “De algo hay que morir”. Y ella, con su mirada de inocente sexy, le murmuraba bajo sus largas pestañas “¿no preferirías morir haciéndome el amor?”. Y así, encandilándole con su vocecita, conseguía quitarle el cigarro y tirarlo por la ventana mientras él se reía por haber picado en su juego una vez más. Le tenía loco.
Le da una larga calada. Cómo han cambiado las cosas.
La recuerda sentada en el asiento de atrás, cambiándose de ropa después de salir del trabajo, mientras atravesaban los ríos de coches hasta llegar a la fiesta más cercana. “No mires” le decía ella, repentinamente mojigata. Y él sonreía mientras decía “Por supuesto”. Por supuesto que acomodaba el espejito delantero para verla bien. Ver como su traje de chaqueta desaparecía convirtiéndose en un vestido corto y unos tacones de vértigo, ver como su cuerpo se desenvolvía como un caramelo y volvía a envolverse. Un caramelo que más tarde se comería.
Sale un grupo de trajeados por la puerta de la oficina.
Y de repente, sale ella detrás. Con uno de los trajeados, muy alto. Demasiado. No le pega. Ella parece reírse de algo muy gracioso.
Se le pone el vello de punta con sólo verla. Su sonrisa, sus ojitos brillantes, su boca… mierda. Se ha quemado los dedos. El cigarrillo se ha consumido del todo y se le ha caído al suelo del coche. Se inclina para recogerlo rápidamente. Y al subir, la mirada ella se encuentra directamente con sus ojos.
Tan concentrado estaba que ni siquiera se había dado cuenta de que el coche de al lado, que tan bien le cobijaba, se había marchado.
Su sonrisa se le ha quedado congelada. Marchita. Como si tuviera dos tensas cuerdas que tiraran de sus comisuras. Su acompañante le pregunta algo, pero ella no se da cuenta. Solo puede mirarlo a él. Después de tantos meses sin saber nada de el. Después de tantas discusiones, tantos engaños, tanto odio; después de tanto… amor…
Ahí estaba el. Dentro de su coche, observándola. Parecía que le hubieran sorprendido espiando, pero aun así esta serio.
Él no puede de dejar de mirarla. Tiene tantas cosas que decirle, tanto por lo que pedir perdón, tanto que explicar… y aun así, no sale del coche. Se queda quieto, como todas las otras veces. Sin salir, solo mirándola.
Ella se rehace torpemente. Se ríe sin sentido de lo que le dice su acompañante, sin apartar la vista del coche. Sacude la cabeza y consigue dirigir sus ojos a otra parte. Consigue que esas pequeñas gotitas que se han acumulado no se desborden. Consigue mantener un rato más esa sonrisa de pega que la acompaña.
Cuando gira la esquina, él arranca. Se marcha.

Mañana será otro día. Mañana se acercará a ella al fin. Le hablará, le dirá… le dirá que lo siente, sí, eso. Mañana. Mañana sería el día. 



                                                                                 Anna Walsh