miércoles, 18 de septiembre de 2013

Se me había olvidado lo mucho que me gustaba verte dormir.

Se me había olvidado lo mucho que me gustaba verte dormir.
Arropado hasta la barbilla incluso en verano, como si esa ridícula sábana pudiera protegerte de todos tus monstruos mientras duermes. De lado, frente a mí. Te late tan fuerte el corazón que hace vibrar las sábanas y puedo seguir el ritmo de tus latidos sin necesidad de rozarte.
Frunces el ceño y sé que estás soñando con algo que no te gusta, quizás una discusión. Rozo con la punta de mi dedo tus labios y tu boca se contrae por las cosquillas que te producen. Después, sonríes levemente y desaparece el cerco de tu ceño.

Sonrío. Me gusta protegerte mientras duermes, de tu subconsciente.
 
 Meto mi mano por debajo de las mantas y recorro tu torso desnudo tranquilamente, tu piel se eriza ante el contacto y vuelves a sonreír dentro de tu sueño profundo.
Me pregunto si el darte un beso te despertaría.
Me acerco lentamente conteniendo las ganas de morderte la boca y, justo en el momento que voy a rozarte los labios, tu brazo me rodea la cintura acercándome a ti, salvando la poca distancia que nos separa y me aplastas contra tu pecho.
Suelto una risita contra tu cuello. Siempre tan posesivo, incluso en sueños.
Me preparo para dormir y, antes de pasarte mi pierna por encima de las tuyas, me aseguro de que estés bien arropado: no seré yo quien le abra la puerta a tus monstruos.
 
     
 
                                       Anna Walsh
 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Hazme viajar


 -Hazme viajar- le digo mirándole a los ojos.
 
Sabe que no necesita mucho para hacerme desaparecer de este mundo. Me coje de la mano y tira de mi para apretarme contra su cuerpo mientras me abraza. Cierro los ojos y ya no estoy allí. 
Huelo, el mar, la brisa y hasta las cagadas de las gaviotas de Mi Playa. 
Un dedo recorre mi espalda y noto como una pequeña ola rompe contra mis rodilas. Me besa la en el cuello y mis pies corren sobre la orilla. Me roza los labios y de repente vuelo sobre el mar abierto. Veo los peces nadar bajo mi, bajo el agua. Me muerde el labio y veo que estoy tumbada en un velero de madera, con una eslora sin fin.
Sus labios se abren y sus dedos me aprietan las costillas y empiezo a correr sobre la cubierta interminable. A los lados el mar cambia de color, cambia de forma, se convierte en arena, en castillos sobre islas desiertas... Veo delfines, cangrejos bailando y alguna que otra sirena saludándome. 
Me tira suavemente del pelo y el día se convierte en la noche. Un suave gemido de mis labios enciende la luna y de la barandilla de la cubierta surge una escalera sin fin, subo por ella. Rozo las estrellas con cada escalón que subo y éstas se caen precipitadas hasta el mar. Mi ropa desaparece y noto sus manos sobre mi piel. Las estrellas siguen cayendo hasta dejar la luna como única luz. La brisa me abraza y me pone de la piel de gallina a pesar del calor que siento. 
Su beso se hace más profundo y salto de la escalera de cabeza sobre el perfecto círculo reflejo de la luna sobre el mar. Me araña la espalda y siento una sensación de caída libre cuando entro al agua. 


Dejo que haga conmigo lo que quiera. Respiro debajo del agua. Veo caballitos de mar, enormes peces lunas y cientos de medusas brillantes y luminosas. Sus dedos se convierten en tentáculos y lo siento por todos lados, por cada recoveco de mi cuerpo. El mar se agita, se revuelve. Me lleva de un lado a otro con una agradable sensación de descontrol. Las olas son enormes, me arrastran, se vuelven salvajes. La sal se me pega en el cuerpo, parece como si fuera lucecitas de pólvora que se adhieren a mi piel esperando el momento oportuno para explotar. 
Los tentáculos me rodean, entran y salen. Se pega a mí hasta que somos una única criatura brillante debajo del mar. Y el centro del mar explota. Parece que le han quitado el tapón al fondo marino. El oleaje me maneja como quiere; forma un remolino, me hacen girar y rodar sobre las corrientes. La arena me raspa la piel hasta que una ola gigante me arrastra a la orilla.
Tumbada miro el cielo mitras las olitas juegan con mis pies. 
Empieza a amanecer en Mi Playa. Sonrío y cierro los ojos. Le veo a mi lado en la cama. Me mira con sus ojos marrones y le sonrío. Me acerco más a él arropándole con la sábana. Rozo mi nariz contra su hombro, y medio bostezando le digo:
-Hueles a mar-. 


                          
                                                                                       Anna Walsh