Una cama vacía, un edredón sin ahuecar, unas
sábanas frías por el abandono. El silencio se adueña de la habitación, se
expande por toda la casa, la cual días antes era inundada por carcajadas, por
momentos que se acercaban a lo que ahora identifico como felicidad. Se ha ido,
pienso cuando miro a mi alrededor, cuando contemplo los cajones cerrados que
con casi absoluta seguridad no guardan su ropa, sus recuerdos, pero que si
están almacenados en un lugar de mí que se abre de golpe y los deja salir como
en estampida, como escapando de un olvido que con certeza se que no conseguiré
jamás.
Apoyo la cabeza en el
marco de la puerta y el pelo me tapa la cara pero no hago nada por apartarlo,
no tengo fuerzas y ya no hay nada que me haga buscarlas.
No lo quise ver, no
hago más que pensar, debería haberlo sabido, debería haber hecho algo para
impedirlo, pero ya no puedo, ya no hay nada que pueda hacerle volver, nada en
mi mano, toda esperanza queda en el aire, todo se reduce a esperar, a dejar
pasar el tiempo, a poder vivir con ello, a saber hacerle pequeño y guardarlo en
un rinconcito de mí, a ser capaz de continuar respirando sin sentir que no
tengo pulmones, a aprender a sobrevivir sin la mayor parte de mi corazón.
Blanca.